El Maestro para nosotros



Jesús muestra un camino para ser seguido, como un hermano mayor hacia los menores, un camino que es posible para los seres humanos. Desde aquí, podríamos decir que lo importante para un gran maestro espiritual no es que lo miren a él, sino que entendamos el trayecto y la consumación que él muestra como hijo del hombre, para desde allí entender hacia dónde ir y realizarlo en nosotros. Jesús encarnó un trayecto que culmina en la identificación total con la voluntad del todo, e indicó como dirección el camino del amor, que es lo mismo que han expresado los iluminados de todos los tiempos. Sin embargo, el camino del amor es más que lo que hemos logrado penetrar hasta el momento, más que tener gestos exteriores de caridad, más que hacer actos determinados: es estar interiormente ubicados e inspirados en aquel estado de conciencia en que finalmente comprendo que cualquier cosa que yo haga, se lo hago a todo, que lo que le hago al otro, me lo hago a mí, que lo que hago a mi, se lo hago a otro, porque todo es uno y por lo tanto, cada acto y el sentido general de la vida están inspirados en el bien general, en el entendimiento de que el bien personal pasa por el bien grupal.


Una de las cosas que llama la atención del grupo de discípulos cercanos a Jesús, es que ellos desde el punto de vista objetivo, bajo ningún concepto podrían haber estado unidos; pensemos, por ejemplo, en Mateo, recaudador de impuestos, y en judas o Pedro, activos en la lucha contra Roma. ¿Qué hacía posible que estos hombres con posiciones adversas se unieran en la inspiración de Jesús?

Que este se situaba en un nivel en que todos los seres son hermanos; más allá de toda diferencia, hay un estado de conciencia en que desaparecen las distancias y simplemente se ve el uno. ¿Podríamos imaginarnos unidos en un ámbito en que desaparecen las lejanías por resentimientos pasados o divergencias políticas o religiosas? ¿Podríamos concebirnos unidos en un propósito que sobrepasara las conveniencias y obsesiones particulares?

Quizás nos falta hacer este ejercicio: ¿que me une a aquellos de los cuales me separo e incluso con aquello que critico y hasta detesto?De ese ámbito en que desaparecen todas las distancias, aun las aparentemente insalvables, es que nos vino a hablar Jesús, allí donde el otro deja de ser ajeno, donde se resuelven todas las oposiciones y llegamos a la síntesis, donde integramos el dolor y el error como caminos de aprendizaje.

Cuando un ser humano logra adentrarse en la conciencia de unidad, las fuerzas vivas del cosmos fluyen hacia él, irradiándolo en la potencia de la transformación, la sanación y la liberación de las condicionantes de la vida concreta, se transmuta en un alma viviente y así despierta el alma de los demás.
Ya no condicionado por los miedos, rencores, deseos o limitaciones personales, sino que vive en la potencia del espíritu que es más fuerte que cualquier obstáculo. En sentido, Jesús no solo vino a decirnos que seamos buenitos, sino que nos atrevamos a enfrentar a nuestros demonios para llegar a la iluminación.

Es tan mediocre pensar que cumpliendo con algunas reglas básicas de convivencia y siendo caritativo, ya he llegado a seguir el camino de Jesús. Con esto solo estoy limpiando el polvo de los pies para recién empezar a caminar, a transformarme en pensamiento, sentimiento y acción en un ser de luz consciente, transformador y potente, un ser que tiene la fuerza de expulsar al ruido de su templo interno, que camina sobre las aguas de sus propias emociones, que transfigura sus átomos en luz y trasciende la existencia corporal, que se alza sobre la tumba de su ego y vuelve a nacer del espíritu, que se hace uno con la voluntad del cosmos.

Patricia May U.
Antropóloga